Foto: Alberto Palacios |
Probablemente
haría bastante tiempo que no me sentaba a escribir. Normalmente, por
trabajo, dedico más tiempo a pensar en escribir que a escribir. Y
luego, claro, me cuesta volver a coger el ritmo. A veces, para no
perder el pulso o simplemente para recuperarlo, me dedico a escribir
pequeños cuentos entre obras de más larga gestación, a modo casi
de entretenimiento (si bien es cierto que a veces estas pequeñas
distracciones acaban tomando vida propia y creciendo, como me ocurrió
con «Los turistas»).
Estaba
intentando continuar sin demasiado éxito una novela, haciendo pausas
cada vez más continuadas entre renglón en blanco y renglón en
blanco. Abrí el Facebook (oh, pecado) y, llevando a cabo eso tan
bonito que es procrastinar, apareció delante de mí una página que
había enlazado mi amigo Miguel Cabezas. Se trataba de una web sobre
curiosidades históricas; el titular en concreto hablaba de... una
epidemia de baile.
Sobra
decir que aquella mañana no fui capaz de escribir. Leí y releí
varias veces el episodio que relataba aquella web. Principios del
siglo XVI. Estrasburgo. Frau Troffea. Bailando. Todo el mundo
bailando. No podía quitármelo de la cabeza. Así que tuve que
arrancármelo de la única forma que sé: escribiendo.
No
quería volver a relatar la plaga; ya estaba en los libros de
historia. Quería contar (o inventar, nunca se sabe) lo que no se
conocía: el porqué. Desde lo más pequeño, una inhóspita cabaña
perdida entre las tierras de la Alsacia, hasta lo más grande y...
antiguo.
Nunca
había escrito hasta ese momento algo puramente de género. Tampoco
es que lo hubiese evitado, al menos no conscientemente. Tal vez
simplemente estuve esperando a la historia adecuada.
Me
divertí tanto con este pequeño cuento pulp, que, sin siquiera
haberlo acabado, ya estaba pensando en cómo continuarlo. El doctor,
el extraño protagonista de «El baile», no tenía intención de
marcharse. Ni el tiempo ni los demonios podrían convencerle para que
se fuese. Es lo que ocurre con algunos personajes: se obstinan en
seguir vivos más allá de sus historias. Y yo sólo puedo
agradecérselo por ello.
Foto: Alberto Palacios |
Es
curioso cómo uno se divierte escribiendo sobre el terror. Pero es
más curioso el terror que uno siente esperando a que lean lo que ha
escrito. Yo estoy en ese momento. Espero que ese miedo pase a
vosotros cuando comencéis la historia. Es a vosotros ahora a quienes
os toca bailar.