Ya he comentado en alguna ocasión que desde muy pequeño he querido hacer libros. Que mi casa estuviera repleta de ellos puede tener algo que ver con esa fijación infantil, pero creo que la culpa de todo la tiene una imagen, escurridiza y brumosa, pero concreta y tozuda. Y esta imagen pertenece a un sueño que se quedó a medias alguna mañana de algún verano de, pongamos, 1986.
Para trazar un camino hasta esa imagen debo hacer memoria y ordenar los recuerdos, pero no me resulta muy complicado.
Los datos que tengo claros son que vivía en la Calle Dosma (Badajoz) y que no contaba más de cuatro años. En aquella época mi segunda casa era el Parque de Castelar, con el que ya rendí cuentas en La boca del lobo (Ediciones DADÁ - Editora regional de Extremadura). El laberinto organizado por Antonio Juez en ese parque me sigue pareciendo hoy un lugar mágico, pero, siendo un niño, aquel entramado de pasillos flanqueados por árboles retorcidos, aquel estanque oscuro y frío guardando a una dama de piedra, los bancos a ras del suelo (para los duendes, claro) y los numerosos secretos que sorprendían al explorador tenaz hacían de Castelar un lugar mágico de verdad.
Pasaba allí las mañanas y las tardes imaginando que seres extraños con gorros puntiagudos me miraban desde el interior de los frondosos jardines. Supongo que todo aquel panorama, que -repito- era diario, mi jardín secreto, me dejó la cabeza como la tengo hoy: llena de pájaros que hablan y lagos escondidos en lo profundo del bosque.
Y así, un día me desperté sudando y muy nervioso, intentando retener el sueño que algún ruido había interrumpido. Con el pijama puesto me fui directo al escritorio, saqué los lápices de colores, el papel y el celofán, y antes de desayunar ya había escrito, dibujado y maquetado mi primer libro: La chica del pantano.
No lo recordaba todo, de eso estoy seguro, pero hice lo que pude por reconstruir el sueño antes de que mi cerebro lo borrase por completo. Y, claro, transcurría en Castelar (un Castelar en el que había una fiesta), pero muchas cosas cambiaban. El estanque era ahora un lago muy John Bauer, y, en lugar de la estatua de Carolina Coronado, había una chica con un jersey a rayas rojas y blancas. La acompañaba un perro. Y yo no podía alcanzarla en ese laberinto. Y había monstruos. Y...
Lo mejor es que les deje con el librito.
Es muy injusto que poco después de aquello dejara de recordar los sueños. Como mucho algún detalle perdido e indescifrable. Claro que puede que sea por esto que no he dejado de intentar plasmar ese sueño -esa imagen- en todo lo que hago. Pero es complicado. Como decía al principio, es escurridiza y brumosa.
Todo esto para decir que en septiembre el Verano del Cohete lanza un nuevo libro -librito- y se llama Der Erlkönig. Lo escribió Johann Wolfgang von Goethe en 1782 como parte integrante de la opereta Die Fischerin, pero no se publicó en papel hasta 1789. Der Erlkönig o El rey de los Elfos ha sido traducido para esta edición por David Carril Hernández y prologado por Erica Couto Ferreira. Yo, por mi parte, lo llenaré de bosques, elfos y lagos.
Borja González Hoyos.